LOS NIÑOS DEL BOSQUE.

....

Éramos como las piezas de un puzzle complicado que casan a la primera. Se podía llamar casualidad. O destino. Lusi decía que estábamos predestinados. Lo cierto era que había algo, un cierto equilibrio especial entre los tres. Esa magia, esa tela de araña, sutil y a la vez sólida, nos sostenía y hacía preciosas nuestras pequeñas existencias. De ahí surgía nuestra complicidad, aquel sentimiento tan hermoso que se palpaba en el ambiente. Los tres. Nadie se acercaba a nosotros, como si estuviéramos contaminados. O era quizás el fantasma de Lusi quien los ahuyentaba.

A Lusi le gustaba contar cosas estúpidas y conseguía que nos riéramos a carcajadas. Una de sus historias hablaba de los niños tubérculo, llenos de mocos, con grandes cejas y mal aliento. Niños condenados a ser hombres patata. Eran seres que vivían atados a la tierra, sin sueños, sin posibilidad de volar. Otras veces nos contaba anécdotas de las niñas junco, hermosas, huecas, niñas de los estanques, amigas de las ranas.

—Y nosotros… ¿Qué somos nosotros? –le pregunté yo una vez.

Lusi se quedó pensativa.

— Niños del bosque –contestó sin dudarlo.

— Los niños malos del bosque –maticé yo,  perverso.

— ¿Por qué malos? –preguntó Rober, con su sonrisa.

— Porque todos escondemos una parte oscura –sentenció Lusi, antes de dar una voltereta.

 

Pero no todo eran plácidas conversaciones y risas contagiosas. Cuando Lusi se ponía impertinente y nos hacías preguntas incómodas, nos tirábamos al suelo en peleas sin sentido. Lusi y yo nos enganchábamos con frecuencia. Rober, en cambio, evitaba el contacto físico. Los golpes de Lusi me hacían daño, me provocaban. Yo no cesaba hasta atraparla; le agarraba los brazos por detrás de la cabeza e inmovilizaba sus piernas con las mías. Se convertía en un gato salvaje. Era muy excitante, no sólo porque me empalmaba y sentía un placer hasta entonces desconocido, sino porque era consciente del poder y la satisfacción que producía. Sabía que también a ella aquello le excitaba; lo sentía en su respiración y en su acaloramiento. Aquel contacto físico tan próximo despertaba en nosotros sensaciones nuevas. La observaba vencida, humillada. Recibía en mi rostro sus escupitajos y no me importaban sus insultos y amenazas. A Rober, en cambio, esas escenas le violentaban y me golpeaba hasta que la soltaba. Era él quien la ayudaba a recuperarse con pequeños gestos amistosos, a los que Lusi contestaba con mil y un insultos. 

Contacto

Atención: Los campos marcados con * son obligatorios.