— Pues claro… —Benita se dio cuenta de que el hada madrina estresada no sabía casi nada de su vida-. Alice y Alberta se conocieron en El tiempo es oro, cuando Alice llevó su reloj a arreglar. A Alice le gustó tanto Alberta, que un día sí, otro no, tiraba el reloj al suelo para que se le estropeara. O lo metía en la lavadora. O lo dejaba hervir en la sopa. Hasta que Alberta le dijo que no hacía falta que le hiciera nada al reloj, que a ella le encantaba verla y que podía pasar por la tienda cuando quisiera. Entonces empezaron a ir juntas al cine y se ponían moradas de palomitas, porque las dos son muy aficionadas a las palomitas y al regaliz rojo. Y descubrieron que tenían muchas cosas en común, y que eran muy felices compartiendo su tiempo, y que cuando miraban una puesta de sol juntas, agarradas de la mano, era como si tuvieran la tripa llena de saltamontes. Alberta y Alice se habían enamorado casi sin darse cuenta.
— Entendido –dijo el hada-. Sigue entonces.
Los ojos de Benita se llenaron de lágrimas al recordar cuando Alice llegaba a casa y, cogiéndola en sus brazos, la alzaba hasta el techo mientras le preguntaba, ¿cómo está mi princesa? Recordó también cuando salían todos juntos a pasear, sus madres, el abuelo y todos sus hermanos y paraban en la heladería ¡Uy qué frío! a comprar helados de dos bolas. Entonces Benita llevaba una melena larga y brillante, y un lazo azul que ahora utilizaba como cordón de las deportivas.
— Pero un día Alice desapareció –dijo de repente la niña.
— ¿Desapareció?
— Sí. La perdimos. Eso sucedió hace ya casi un año…
— ¿Y no sabéis dónde fue?
— Alberta dice que se fue a perseguir un sueño, y que como a veces los sueños se encuentran en países muy lejanos se tarda mucho en regresar. ¿Tú que opinas?
— Creo que Alberta tiene razón. Pero, antes de seguir me gustaría que me hablaras del sueño de Alice –dijo el hada curiosa.